domingo, 2 de febrero de 2020

CINE AUTISTA: Stir Of Echoes (1999)

 

La mayoría de las veces que alguien pregunta por cine sobre autismo, lo más común es dirigirles a películas donde se trata el tema de una manera frontal, explícita. Historias donde los diálogos llegan a dedicar una o dos escenas a detallar rasgos y características como si fuera un documental.
Por lo general, no me suelo sentir identificado con esas películas porque los protagonistas nunca somos las personas dentro del espectro —presentados como víctimas de una dolencia—, sino los familiares o amigos. La representación o visibilidad no es tal. Es un poco parecido a cuando en El nacimiento de una nación (1915) los afroamericanos eran interpretados por gente blanca con un montón de betún en la cara.
Yo digo que esas películas, fuera del papel didáctico que tengan en su momento, están destinadas al olvido. Las verdaderas historias a las que seguimos volviendo con el paso de los años son las que transmiten las mismas emociones que sentirías en la piel de los personajes. O sea, un tipo de empatía basada en la emoción directa, y no en introducir ideas estériles que solamente retendrás a un nivel anécdotico.
Hoy hablaré de una película que puede tener más de una interpretación; y entre esas lecturas se encuentra la de cómo puede ser la convivencia en una familia neurodiversa. Se trata de Stir of Echoes (1999), titulada El último escalón en España y Ecos mortales en Latinoamérica.


Esta película de misterio y terror está basada en una novela de Richard Matheson —autor de Soy leyenda, El hombre menguante, Más allá de los sueños— que se publicó en 1958. Por desgracia, tuvo mala suerte en taquilla. Llegó a las salas apenas unas semanas después de la famosa El sexto sentido, y la gente no sintió que un niño que veía fantasmas fuera algo tan original. Tampoco es que la película sea perfecta. Algunas de sus escenas pueden llegar a parecerte ridículas si no te encuentras en el ánimo adecuado.
Stir Of Echoes perteneció a una época privilegiada de la historia del cine, pero no se mantuvo en la memoria del público mayoritario porque no estaba dirigida a ellos. Quizá sin saberlo, hicieron una película donde —muy probablemente—, dos o tres de los personajes principales son autistas. Para mantener el interés, tienes que poder identificarte con ellos en algún grado. Y por desgracia, los espectadores de aquella época se identificaban más con los vecinos.


Comienza con un niño pequeño que conversa con lo que parece una amiga imaginaria. Luego revelan que es un fantasma, pero en esta entrada no voy a comentar la parte sobrenatural; eso es lo que hace avanzar la trama, no la caracterización de personajes en sí.
Este niño capta cosas que nadie más en su entorno suele percibir. Su tipo de neurotribu no importa demasiado en la historia, pero es muy común que una persona adulta no sospeche que es autista hasta que ve sus propios rasgos repetidos en sus hijos; y el rol de este niño de 5 años es ir preparando el entorno para la aceptación de lo que viene.


Hablemos de su padre. El protagonista es Tom —interpretado por Kevin Bacon—, típico hombre de cerveza y sofá. A primera vista, no se diferencia de cualquiera de sus vecinos. Es tan cínico y conformista como los hijos adolescentes de sus amigos. Ni siquiera presta demasiada atención a su hijo. Cuando trabaja demasiadas horas, vuelve a casa como en un trance.
La cuñada de Tom lo ve como un hombre cerrado. En una fiesta lo hipnotiza, y la experiencia abre sus percepciones.
Tom empieza a captar cosas que lo impiden concentrarse en cosas que antes podía hacer casi dormido. Se siente distinto. Deja de estar en la misma onda que su mujer. Encuentra una conexión inigualable con su hijo, con quien ahora comparte actividades sin que suponga un esfuerzo; estar con él es lo más natural del mundo. El café le afecta de un modo impredecible, la cerveza ya ni siquiera le apetece; prefiere llenar la nevera de zumo de naranja.
Finalmente, después de años sintiendo que nada de lo que hacía en la vida era importante, encuentra algo que le interesa. Toda su potencia mental se centra en resolver un misterio. Quizá la tarea no le haga rebosar de alegría —de hecho provoca conflictos en su relación de pareja, quien no acepta estos cambios de comportamiento—, pero le hace sentir vivo. Siguiendo aquello que le interesa, su mente vibra. Beber exclusivamente zumo de naranja no es un mero medio para evitar la cerveza, sino un auténtico gozo cotidiano.
Hay una escena en la que Tom está cavando en el jardín. Llega su esposa y se lo encuentra todo literalmente regado, pues está usando la manguera para ablandar la tierra.
—¿Qué haces? —le pregunta ella.
—Tengo que cavar. —responde él, alternando entra el azadón y la manguera.
—¿Por qué haces esto?
—El agua ablanda la tierra.
Es un momento genial de literalidad.


Puede que la trama sobrenatural se resienta porque pasó medio siglo desde que salió la novela y muchas otras historias que nos llegaron bebieron de ella. Es normal. George Lucas copió muchas ideas de las novelas originales de John Carter de Marte, y cuando adaptaron la primera al cine, a nadie le quedaba interés. Habían visto planetas fantasiosos en cientos de películas. Pero aunque la trama central resulte manida, la ejecución es valiente. Otorga el protagonismo a un personaje que vive sus mejores momentos cuando cede ante los impulsos con los más identificado me puedo sentir. Para mí, llega un momento en que siento que la trama de misterio es una excusa para mostrarnos que uno tiene derecho a apostar en la vida por aquello que le importa.

Si no quieres verlo, no verás autismo en esta película. El nombre es lo de menos. Lo que importa es la emoción.



NOTAS PARA EL VISIONADO

Momentos que pueden causar reacciones adversas
SPOILERS

Stir Of Echoes no abusa de las luces parpadeantes. Solamente las hay en el minuto 13, en una especie de sueño que rememora desde otra perspectiva el momento de la hipnotización. Es una toma breve, de pocos segundos y el efecto estereoscópico no es demasiado acusado. Lo justo para parecer onírico.
¡No obstante!, justo a continuación hay un plano detalle de un alfiler atravesando un trozo de piel de una mano, sin que salga sangre. Da yuyu, da ñáñaras.
La siguiente escena es de sexo porque sí. Se ve poco y no llega a sentirse erótico, pero es porque se ven ráfagas de alguien muriendo de manera violenta. Estos destellos duran muy poco, pero muestran imágenes aceleradas sin avisar, lo que puede resultar perturbador. Lo que se muestra se parece un poco a un par de cosas que salían en el vídeo maldito de The Ring, pero sin meter sonidos de mala onda en la banda sonora. Yo vi la película en el cine y no la considero una película de sustos. Los mayores sustos me los di por unas chicas que se sentaban cerca y se ponían a gritar cada vez que se veía a la fantasma en el fondo de la escena. Pero la película, en sí, no trata de jugar al susto gratuito. En ese sentido es bastante «clásica» en su tono.
Lo que resulta más desagradable a un nivel de reacción emocional es el momento en que visualizamos un flashback de cómo murió la víctima. No vemos nada desagradable que no nos hayan dejado intuir en los destellos pasados, pero tiene connotaciones bruscas de abuso sexual y capacitismo. Y a la mitad, alguien llama a la víctima «retrasada» un par de veces. Puede llegar a dejarte con mal cuerpo. Los personajes principales tienen respeto hacia ella durante toda la historia.

Momento de las luces parpadeantes

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