miércoles, 28 de marzo de 2018

Anécdota de Kindergarten

Una vez, las monjas nos mandaron colorear unos dibujos impresos. Yo iba un poco lento porque me gusta pensar en detalle la combinación de colores adecuada en cada caso.
La mitad de colegas terminó, y se decidió que quien fuera terminando podía irse a jugar al fondo de la sala. Ahí estaban TODOS los juguetes, incluso algunos que nunca había visto.

Yo ni siquiera consideré colorear más deprisa porque eso es una chapuza, y para hacerlo mal mejor no lo hago. Así que me fui despacito, sigiloso, hasta la zona de juguetes. Las monjas me devolvieron a la mesa ipso facto.

Al rato me escurrí bajo las patas de la hilera de mesas, en plan héroe de acción. Tardé unos minutos en llegar para que no me vieran, fue casi lo más divertido de la experiencia.
Pude jugar un momentito y me volvieron a poner en mi silla.

Al final no jugué con el premio ni hice el trabajo.

Seamos realistas: colorear unas hojas se puede hacer otro día y lo puede hacer cualquier otra persona. Si se quiere motivar a alguien a hacer algo, el sistema conductista de las recompensas no sirve para todos. Porque yo hubiera seguido coloreando sin problemas hasta que surgió una alternativa estimulante y creativa de verdad.

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