Aunque el autismo no sea algo
curable (por ser un sistema operativo alterno, y no un fallo de
sistema), en ocasiones se presenta esta cuestión: si tuvieras a mano una
«cura», ¿la aceptarías?
Es un asunto muy X-Men. ¡No, jamás querría
dejar de ser como soy! En todo caso, encendería el faro mutante y
volvería autistas a más personas, para que los neurotípicos dejasen de
pensar que su percepción subjetiva es ley divina.
Ahora en mi
vida adulta, por aquello de la depresión y la ansiedad causada por años
de saboteamientos a mis procesos naturales, soy feliz en proporción pero
no en cantidad. Pero de niño sí podía distinguir mis diferencias como
algo de lo que enorgullecerse.
Siempre he sentido en mí una COHERENCIA con mis sentimientos.
Que yo me asustase mucho con las películas de terror que veían mis tíos
no es el problema. El problema lo tienen los adultos que saben que va a
venir de visita un niño y no piensan en quitar las películas de terror.
Siempre he tenido una imaginación llena de belleza. Un saber conectarme con lo que no es pero podría ser.
Una vez más, el problema no viene de que yo pase tiempo considerando
opciones mejores que las presentes, sino de quienes desprecian a los que
tratan de mejorar las cosas.
Siempre me he mantenido en
dirección a la verdad. Con la verdad, todo se mantiene humano. No
comprendo cómo alguien puede pensar que con la mentira va a llegar a
algún lugar auténtico. Claro, le dejarán pasar el arco de la puerta,
pero luego no podrá regresar de vuelta.
En gran parte de las veces,
no se trata de que los autistas no sepamos mentir. Es que opinamos que
usar mentiras es tan patético y bajo que no sirve ni para reírnos de los
mitómanos. Esa gente tiene un problema. Esa gente sí está desconectada
de la realidad.
Lo que me gusta de ser autista es el gozo pleno
de las cosas que disfruto. Cuando veo a la gente alabar la película de
El Padrino, me digo: «¡Está mejor la novela según yo la imaginé!» Cuando
me sirven un puré de patatas hecho con patatas de verdad y no con
mantequilla, me digo... Bueno, no me digo nada, me callo también por
dentro y gozo. Soy como la rata de Ratatouille que sí aprecia los
sabores.
Aprovecho para recomendar esa película, Ratatouille.
Siempre que alguien pregunta por películas relacionadas con el autismo,
la gente responde pelis centradas en nuestros sufrimientos ante unas
limitaciones colocadas arbitrariamente por una sociedad hecha a medida
de los neurotípicos. Pero Ratatouille habla de cosas importantes. El
protagonista no se queda perdido en los rodapiés de una casa, llega
hasta la mismísima cocina. Si se fijan en el antagonista, verán que es
el típico hipócrita que sonríe a quien le interesa y grita a todos los
demás; verán que es la verdadera «rata».
Durante mucho tiempo
dejé de disfrutar de la vida a la manera autista. Cada vez que yo estaba
admirando la belleza de la luz atravesando las ramas de los pinos; o
cada vez que disfrutaba de un libro en un rincón porque no me atraía
jugar con gritones; venían a romper mi concentración, a asustarme, a
hacerme cosquillas, a arrancarme de mi mejor momento posible como si
fuera un muerto que necesita reanimación.
Dejé de acceder a la mejor parte de mí porque cada vez que lo hacía en público, me venían a joder.
Un autista no siempre hará cosas comprensibles a simple vista, pero por lo menos tendrá respeto por aquello que no comprende.
Otra cosa que me gusta de ser autista es que, dentro de lo que cabe,
soy bastante objetivo. Si me equivoco en alguna opinión y me demuestran
mi error, enseguida rectificaré y dejaré de identificarme con él. De
niño sí me apegaba a opiniones hasta el punto de llegar a las manos.
Pero no era por autista, sino por inmaduro. Mucha gente confunde los
rasgos autistas con los rasgos de los niños autistas. A ver, los niños
crecemos. Por estos fallos de concepto, luego se nos niega a los
adultos el diagnóstico.
Saberme autista me gusta porque, de todas
formas, las cosas para las que no sirvo no me parecen relevantes. Mi
potencial está concentrado en un par de cosas que me parecen
importantes.
Y como sé empíricamente que, por más que lo intentase,
en lo otro sería un desastre, me siento libre para centrarme sin
remordimientos en lo que amo.
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