TW: derecho de pernada, conductismo.
Más que no entender las preguntas, los autistas entendemos las preguntas sin prejuicios inherentes.
En los tiempos en que los reyes recurrían al derecho de pernada, nosotros diríamos que está muy mal y es una canallada. Sin embargo, los súbditos decían que el rey es la ley y todo está bien. Un autista considera que un rey coherente sería justo. Luego un hombre injusto no es rey, solo un violador.
Entonces, cuando un súbdito preguntaba si te parecía bien que el rey ejerciera el derecho de pernada, en realidad no estaba preguntando las palabras que pronunciaba. Estaba preguntando si eras del club, si te sometías a su rey; una trampa semántica. Y si un autista respondía que era una canallada, lo que hacía era responder lo que se le preguntó, no la pregunta escondida.
Saber reconocer la pregunta trampa es útil para sobrevivir, pero no se nos debería reprochar como si fuera un insulto a los demás o tratarlo como un trastorno. Porque partiendo de esa premisa, yo podría decir ahora que existe una epidemia de Trastorno de Disforia Semántica, según el cual la gente piensa en una cosa y dice otra, o el Síndrome del Albur Crónico, por el que ciertas palabras incluyen un significado pervertido.
Al final estas diferencias de conceptos se basan en cuántos memes (en su sentido científico) compartes con tu entorno. De aquí viene el concepto de neurotribu.
Entre los neurotípicos, para ahorrar tiempo, meten significados dentro de conceptos dentro de otras ideas para no tener que andar inventando el mundo a cada rato. Pero es como meter cajas de la mudanza en el cuarto trastero, que al final olvidamos qué había ahí. De modo que al hacer una pregunta, utilizan palabras que en el fondo aluden a otra cosa que se supone que los demás también tienen que saber. Pero como los autistas en general no leemos el pensamiento (ojalá), respondemos lo que se nos ha preguntado. Nosotros no tenemos por qué tener un prejuicio asociado a cada asunto.
El problema, para resumirlo, es que nuestra forma de pensar es todo lo contrario a lo que lleva décadas implantando en sociedad el conductismo.
El conductismo ha normalizado el esperar de otras personas un comportamiento predecible y acotado en unas normas que hace décadas tenían sentido pero ahora sólo obstaculizan el avance social.
En cambio, los autistas venimos a responder de verdad lo que se nos pregunta, y a inventar nuevas formas de hacer las cosas.
Por mi mente visual, me paso todo el día trabajando con las palabras adecuadas para cada contexto. Me parece injusto que tantos neurotípicos digan lo primero que les salte a la boca y encima se enfaden cuando yo no entiendo lo mismo que estaban pensando.
jueves, 30 de agosto de 2018
Comer como Sancho Panza
Es muy usual que cuando la conducta de uno no se parece a la de la mayoría, los demás traten de cambiar tu comportamiento hacia otro que sí sean capaces de comprender.
Esto hace que en un sitio con tantas normas sociales como en la mesa, las miradas y las rigideces se multipliquen, lo que hace que nunca puedas comer de una forma relajada porque no te paran de mirar. Multitud de ojos, que ya provocaban ansiedad de por sí, te vigilan; dispuestos a saltar en cuanto cometas el más mínimo descuido. ¿A quién le gustaría comer así?
Por lo que no es extraño que muchos autistas acaben comiendo a solas, a salvo de miradas que no permiten disfrutar de un momento grato.
En la primera parte de El Quijote (capítulo XI), Sancho Panza habla de este tema:
«Pero sé decir a vuestra merced, que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas, como sentado a par de un emperador. Y aún si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres sin respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas, donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Así que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme, por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que estas, aunque las doy por bien recibidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo.»
Esto hace que en un sitio con tantas normas sociales como en la mesa, las miradas y las rigideces se multipliquen, lo que hace que nunca puedas comer de una forma relajada porque no te paran de mirar. Multitud de ojos, que ya provocaban ansiedad de por sí, te vigilan; dispuestos a saltar en cuanto cometas el más mínimo descuido. ¿A quién le gustaría comer así?
Por lo que no es extraño que muchos autistas acaben comiendo a solas, a salvo de miradas que no permiten disfrutar de un momento grato.
En la primera parte de El Quijote (capítulo XI), Sancho Panza habla de este tema:
«Pero sé decir a vuestra merced, que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas, como sentado a par de un emperador. Y aún si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres sin respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas, donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Así que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme, por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que estas, aunque las doy por bien recibidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo.»
miércoles, 29 de agosto de 2018
¿AUTISTA O CON AUTISMO? (Part Three and Four and Five)
Los términos no importan mientras no vengan de fuera del espectro a decir qué palabras son buenas y cuáles malas. Si yo fuera negro, me molestaría muchísimo que me dijeran "de color", porque ello implica que ser blanco es lo normal, y que yo soy el anormal.
Del mismo modo, aunque yo uso casi por igual autista y con autismo, me resulta indignante que vengan personas no autistas a "opinar" cuando lo único que hacen es repetir lo que les ha dicho un doctor sin perspectiva auténtica del asunto.
Lo que ayuda a los hijos es que se puedan aceptar como lo que son. Como lo que somos. Autistas. Una vez lo aceptas, tomas el toro por los cuernos y puedes vivir desde tu corazón porque te conoces mejor.
En cambio, si piensas que tienes autismo, cada día es una maldición, eres un apestado.
Aquí el fallo es que el nombre autismo se ha quedado anticuado, pues no es una actitud sino una constitución cerebral. Creo que para evitar estas discusiones, tenemos que adoptar un término mejor.
Para ilustrarlo con una analogía:
"¡Mi hijo no es gay! Es que usualmente se siente atraído hacia las personas de su mismo sexo."
Si yo digo que soy madrileño, ser madrileño no me define por entero, pero nadie tiene por qué obligarme a decir que soy "una persona de Madrid", como si por definición los madrileños fuésemos seres infrahumanos a menos que coloquemos la palabra persona delante.
Por supuesto que usamos los nombres propios. Pero eventualmente vamos a querer hablar de nuestra condición, y en ese momento tenemos derecho a hablar desde la aceptación completa. Eso es lo que queremos que se entienda.
Por seguir con el ejemplo de antes: imagina que un hijo gay quiere hablar de su condición sexual a sus padres. Yo no creo que les vaya a decir:
"Papá, mamá... Soy Alberto."
Rechazar la palabra autista es negar la expresión a personas que ya tienen dificultades para expresarse. No nos define por entero, pero tampoco nuestros nombres propios. Dejen ser.
Del mismo modo, aunque yo uso casi por igual autista y con autismo, me resulta indignante que vengan personas no autistas a "opinar" cuando lo único que hacen es repetir lo que les ha dicho un doctor sin perspectiva auténtica del asunto.
Lo que ayuda a los hijos es que se puedan aceptar como lo que son. Como lo que somos. Autistas. Una vez lo aceptas, tomas el toro por los cuernos y puedes vivir desde tu corazón porque te conoces mejor.
En cambio, si piensas que tienes autismo, cada día es una maldición, eres un apestado.
Aquí el fallo es que el nombre autismo se ha quedado anticuado, pues no es una actitud sino una constitución cerebral. Creo que para evitar estas discusiones, tenemos que adoptar un término mejor.
Para ilustrarlo con una analogía:
"¡Mi hijo no es gay! Es que usualmente se siente atraído hacia las personas de su mismo sexo."
Si yo digo que soy madrileño, ser madrileño no me define por entero, pero nadie tiene por qué obligarme a decir que soy "una persona de Madrid", como si por definición los madrileños fuésemos seres infrahumanos a menos que coloquemos la palabra persona delante.
Por supuesto que usamos los nombres propios. Pero eventualmente vamos a querer hablar de nuestra condición, y en ese momento tenemos derecho a hablar desde la aceptación completa. Eso es lo que queremos que se entienda.
Por seguir con el ejemplo de antes: imagina que un hijo gay quiere hablar de su condición sexual a sus padres. Yo no creo que les vaya a decir:
"Papá, mamá... Soy Alberto."
Rechazar la palabra autista es negar la expresión a personas que ya tienen dificultades para expresarse. No nos define por entero, pero tampoco nuestros nombres propios. Dejen ser.
martes, 21 de agosto de 2018
Integración sensorial en eventos sociales
Ayer fui a una cena y había invitados inesperados y desconocidos.
Los otros invitados hablaban bastante alto. Fue una suerte que mayormente hablasen en otro idioma, así podía aislar mis sentidos un poco mejor. Pero también estaba la TV, y una niña que llamaba a su madre repetidas veces.
Al mismo tiempo percibía cuatro capas de comunicación. Ellos eran capaces de separar cada ambiente, por lo que la fiesta seguía.
Suerte que pude salir a dar un paseo.
No culpo a mi familia, ya que para ellos estos imprevistos no suponen una molestia y ni piensan en ello como algo de lo que avisar.
Sí que agradecería un mejor informarse, ya que de haberlo sabido no hubiera ido y no seguiría cansado hoy.
Los otros invitados hablaban bastante alto. Fue una suerte que mayormente hablasen en otro idioma, así podía aislar mis sentidos un poco mejor. Pero también estaba la TV, y una niña que llamaba a su madre repetidas veces.
Al mismo tiempo percibía cuatro capas de comunicación. Ellos eran capaces de separar cada ambiente, por lo que la fiesta seguía.
Suerte que pude salir a dar un paseo.
No culpo a mi familia, ya que para ellos estos imprevistos no suponen una molestia y ni piensan en ello como algo de lo que avisar.
Sí que agradecería un mejor informarse, ya que de haberlo sabido no hubiera ido y no seguiría cansado hoy.
viernes, 17 de agosto de 2018
Stendhal
Ahora no tanto, porque ya he vivido bastante; pero siempre me he fijado en ciertas superficies del mismo modo en que cualquiera se fija en pinturas o esculturas artísticas de un museo. Apreciando las texturas, experimentándolas con más de un sentido, imaginando cómo sería ser muy pequeño y pasar por ellas... Abriéndose al asombro.
Hoy recordé un síndrome que se parece bastante a nuestras crisis: el síndrome de Stendhal.
Quizá el llamado Síndrome de Stendhal no sea más que una crisis sufrida por personas que nunca habían sabido qué era un shutdown hasta que visitaron Florencia.
De ahí su otro nombre, "el stress del viajero". Al fin y al cabo, los autistas nos sentimos como extranjeros en nuestra misma patria.
Hoy recordé un síndrome que se parece bastante a nuestras crisis: el síndrome de Stendhal.
Quizá el llamado Síndrome de Stendhal no sea más que una crisis sufrida por personas que nunca habían sabido qué era un shutdown hasta que visitaron Florencia.
De ahí su otro nombre, "el stress del viajero". Al fin y al cabo, los autistas nos sentimos como extranjeros en nuestra misma patria.
miércoles, 15 de agosto de 2018
Acoso escolar
Denuncia al centro.
Decir al chico que aprenda a defenderse es pan para hoy y hambre para mañana. Sí, puede servir un año o dos, pero no soluciona el problema. Los agresores van a irse a por otro con más fiereza aún.
En cambio, si las denuncias a los centros permisivos alcanzan una masa crítica, las mismas direcciones expulsarán a los abusadores, que es lo que deberían hacer desde la primera agresión.
Decir a la víctima que tiene que defenderse es poner la responsabilidad en los inocentes. Si ellos quieren pasar a la acción, ¡fenomenal! Pero no deriven todo el peso del problema y todos los esfuerzos a quien sólo quiere ir a clase a estudiar; y quizá ni siquiera con ganas de verdad, sino obligado.
En caso contrario, estaremos haciendo lo mismo que con las mujeres violadas: "la culpa es suya, que no se tapó al salir, que salió muy de noche..." Indirectamente, con esa actitud se protege a los agresores y se perpetúa el problema.
El abusador necesita ayuda para dejar de serlo, pero los abusados necesitan muchísimas veces más ayuda. La seguridad de las víctimas es la prioridad en cualquier centro dirigido por seres humanos.
Primero se expulsa al compañero peligroso del entorno (ya sea del centro o de ese grupo concreto), y entonces se puede restaurar la armonía en el lugar de trabajo.
Lo contrario sería denegar derechos humanos a las víctimas. Por eso un centro que permite que los agresores anden sueltos es inconstitucional. Por eso hay que denunciar.
No podemos forzar a los niños a desarrollar mágicamente de un día para otro habilidades sociales de asertividad, o a imitar a los agresores. Acabarán sintiendo que también se les desprecia en su propia casa. Acabarán llevando armas a clase.
Lo que hace falta es que los profesores que se llenan la boca con la "tolerancia cero" cumplan su palabra.
No me olvido de los abusadores, pero hay un orden de prioridad de ayuda. Primero se restaura la armonía en el lugar de trabajo. Se es coherente con las normas del centro. Y después (o mientras tanto), se trabaja aparte con el agresor para que ya no lo sea. No antes, porque supone ningunear a las víctimas.
La violencia está implícita en ver las agresiones hacia otras personas como algo natural, que la víctima debe afrontar.
Un alumno merece poder estudiar con seguridad. Quien quebrante ese derecho no merece ser llamado compañero.
Los autistas ya tenemos que esforzarnos todos los días en multitud de desafíos cotidianos, como para compadecernos de sociópatas. Son ellos los que tienen que aprender a controlar sus pulsiones enfermizas.
Denuncia al centro. Esa actitud de "la ley de la selva" es lo que mantiene a esta sociedad en la selva.
Decir al chico que aprenda a defenderse es pan para hoy y hambre para mañana. Sí, puede servir un año o dos, pero no soluciona el problema. Los agresores van a irse a por otro con más fiereza aún.
En cambio, si las denuncias a los centros permisivos alcanzan una masa crítica, las mismas direcciones expulsarán a los abusadores, que es lo que deberían hacer desde la primera agresión.
Decir a la víctima que tiene que defenderse es poner la responsabilidad en los inocentes. Si ellos quieren pasar a la acción, ¡fenomenal! Pero no deriven todo el peso del problema y todos los esfuerzos a quien sólo quiere ir a clase a estudiar; y quizá ni siquiera con ganas de verdad, sino obligado.
En caso contrario, estaremos haciendo lo mismo que con las mujeres violadas: "la culpa es suya, que no se tapó al salir, que salió muy de noche..." Indirectamente, con esa actitud se protege a los agresores y se perpetúa el problema.
El abusador necesita ayuda para dejar de serlo, pero los abusados necesitan muchísimas veces más ayuda. La seguridad de las víctimas es la prioridad en cualquier centro dirigido por seres humanos.
Primero se expulsa al compañero peligroso del entorno (ya sea del centro o de ese grupo concreto), y entonces se puede restaurar la armonía en el lugar de trabajo.
Lo contrario sería denegar derechos humanos a las víctimas. Por eso un centro que permite que los agresores anden sueltos es inconstitucional. Por eso hay que denunciar.
No podemos forzar a los niños a desarrollar mágicamente de un día para otro habilidades sociales de asertividad, o a imitar a los agresores. Acabarán sintiendo que también se les desprecia en su propia casa. Acabarán llevando armas a clase.
Lo que hace falta es que los profesores que se llenan la boca con la "tolerancia cero" cumplan su palabra.
No me olvido de los abusadores, pero hay un orden de prioridad de ayuda. Primero se restaura la armonía en el lugar de trabajo. Se es coherente con las normas del centro. Y después (o mientras tanto), se trabaja aparte con el agresor para que ya no lo sea. No antes, porque supone ningunear a las víctimas.
La violencia está implícita en ver las agresiones hacia otras personas como algo natural, que la víctima debe afrontar.
Un alumno merece poder estudiar con seguridad. Quien quebrante ese derecho no merece ser llamado compañero.
Los autistas ya tenemos que esforzarnos todos los días en multitud de desafíos cotidianos, como para compadecernos de sociópatas. Son ellos los que tienen que aprender a controlar sus pulsiones enfermizas.
Denuncia al centro. Esa actitud de "la ley de la selva" es lo que mantiene a esta sociedad en la selva.
lunes, 13 de agosto de 2018
Monótono monotono
De niño, durante un tiempo, algunas personas creyeron que yo era de otra región de España.
En nuestro espectro suele ser difícil pensar en las palabras y a la vez darles el acento adecuado al contexto.
Mayormente, los autistas somos pensadores visuales. Pensamos en imágenes o en abstracto, o sea que para hablar tenemos que "traducir" constantemente, como si fuéramos de otra cultura y viviésemos en un país con otro idioma.
Por mucho que la dominemos, una segunda lengua siempre será una segunda lengua.
En mi caso, suelo ponerle atención a la entonación, pero otras veces noto que no me salen bien las palabras y le doy más prioridad a lo textual. Así puedo sonar más inexpresivo, pero por lo menos expreso precisamente lo que quiero expresar.
En nuestro espectro suele ser difícil pensar en las palabras y a la vez darles el acento adecuado al contexto.
Mayormente, los autistas somos pensadores visuales. Pensamos en imágenes o en abstracto, o sea que para hablar tenemos que "traducir" constantemente, como si fuéramos de otra cultura y viviésemos en un país con otro idioma.
Por mucho que la dominemos, una segunda lengua siempre será una segunda lengua.
En mi caso, suelo ponerle atención a la entonación, pero otras veces noto que no me salen bien las palabras y le doy más prioridad a lo textual. Así puedo sonar más inexpresivo, pero por lo menos expreso precisamente lo que quiero expresar.
jueves, 9 de agosto de 2018
Anécdota del pollo al ajillo
Debía tener unos ocho años. El comedor de mi colegio nos daba cada lunes un papelito alargado con el menú de cada día de esa semana. Solían repetir los mismos platos equilibrados, pero experimentando con el orden. Un mismo plato podía desaparecer dos semanas, luego quedarse tres. Se agradecía tener esas pequeñas sorpresas.
Un lunes me quedé conmocionado. Según el papelito, el jueves íbamos a tener pollo al ajillo.
¡Pollo al ajillo! ¿Qué era eso? ¿Un pollo que en vez de saber a pollo sabía a ajo? En casa había probado el ajo y era fuerte. ¿Podría comerme un plato entero?
¿Y por qué lo llamaban ajillo? ¿Era un ajo muy pequeñito? ¡Entonces le echarían más ajillos que si fuera ajo normal!
Los días pasaban. Procuraba no pensar en el jueves. Finalmente, le confié mi temor a mi madre. Dijo que algún día tendría que probarlo, y que a lo mejor me gustaba.
¡Pero no! ¿Con aquel nombre? ¿Y si era demasiado fuerte? ¿Me obligarían a comérmelo? ¿Tendría que salir corriendo del colegio para nunca volver?
Decidí enfrentarme a esta prueba. Con paso lento pero firme, me dirigí al comedor tras las clases de la mañana.
Me senté en mi silla. Del primer plato ni me enteré. Una mera formalidad. Lo importante estaba por llegar.
Aquí venía. El pollo al ajillo, para todos los niños de la mesa. Tomé un pedazo con el tenedor. Y qué textura. Y qué sabor. Y qué delicia. Y qué bobo por haberme obsesionado media semana con algo que aún ni siquiera conocía. ¡Con obsesionarme el jueves al mediodía ya era suficiente!
Un lunes me quedé conmocionado. Según el papelito, el jueves íbamos a tener pollo al ajillo.
¡Pollo al ajillo! ¿Qué era eso? ¿Un pollo que en vez de saber a pollo sabía a ajo? En casa había probado el ajo y era fuerte. ¿Podría comerme un plato entero?
¿Y por qué lo llamaban ajillo? ¿Era un ajo muy pequeñito? ¡Entonces le echarían más ajillos que si fuera ajo normal!
Los días pasaban. Procuraba no pensar en el jueves. Finalmente, le confié mi temor a mi madre. Dijo que algún día tendría que probarlo, y que a lo mejor me gustaba.
¡Pero no! ¿Con aquel nombre? ¿Y si era demasiado fuerte? ¿Me obligarían a comérmelo? ¿Tendría que salir corriendo del colegio para nunca volver?
Decidí enfrentarme a esta prueba. Con paso lento pero firme, me dirigí al comedor tras las clases de la mañana.
Me senté en mi silla. Del primer plato ni me enteré. Una mera formalidad. Lo importante estaba por llegar.
Aquí venía. El pollo al ajillo, para todos los niños de la mesa. Tomé un pedazo con el tenedor. Y qué textura. Y qué sabor. Y qué delicia. Y qué bobo por haberme obsesionado media semana con algo que aún ni siquiera conocía. ¡Con obsesionarme el jueves al mediodía ya era suficiente!
jueves, 2 de agosto de 2018
Un sentimiento no miente
Cuando alguien dice que se siente de una manera, nadie tiene derecho a decir que exagera, o que es imposible que se sienta así. O que no generalice, porque su niño no es así.
Los pensamientos pueden engañar hasta a quien los piensa.
Las reacciones emocionales pueden basarse en el ego.
Pero un sentimiento no miente.
Cuando alguien dice que se siente de una manera, se acepta. Así es como se siente.
Porque el sentir expresado de una persona puede representar al de muchos. Y en el caso del autismo, aún queda mucho por expresar desde nuestra parte.
Los pensamientos pueden engañar hasta a quien los piensa.
Las reacciones emocionales pueden basarse en el ego.
Pero un sentimiento no miente.
Cuando alguien dice que se siente de una manera, se acepta. Así es como se siente.
Porque el sentir expresado de una persona puede representar al de muchos. Y en el caso del autismo, aún queda mucho por expresar desde nuestra parte.
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